viernes, 13 de diciembre de 2024

Apoteósico concierto de Paul McCartney en Madrid

¡Buenas noches, Madrid! ¡Qué pasa, chulapos!

Este fue el saludo de Paul McCartney a cuantos llenamos el WiZink Center de Madrid la pasada noche del martes 10 de diciembre tras arrancar por todo lo alto con A Hard Day’s Night, inciando un concierto monumental. 


Paul hizo más creíble que nunca, aquello de ‘los viejos rockeros nunca mueren’ mostrándonos a sus 82 años un estado de forma increíble. Es más, creo que los 16.200 asistentes          31.200 entre los dos conciertos agotados– rejuvenecimos hasta los lejanos tiempos de los guateques en los que bailábamos las canciones de Los Beatles.

Arroparon a Paul magníficamente, siete músicos de primera división, suficientes para dar vida a la veintena de temas Beatles que sonaron como en los mejores tiempos de los liverpoolnianos. Eso sí, John, George y Ringo estuvieron presentes en el recuerdo de Paul, que en muchos momentos provocaron lágrimas entre los más forofos y sentimentales. También tocaron temas propios de Paul y de la mejor época de los Wings.

Paul tiene una habilidad extraordinaria como instrumentista. Tocó, además de su icónico bajo Höfner, el piano, teclados, guitarras eléctrica y acústica, mandolina, ukelele, y aún toca otros muchos instrumentos. Y no se movió del escenario ni para beber agua durante más de dos horas y media que duró el concierto.  

 

Vista parcial del WiZink Center de Madrid completamente lleno

Como fondo del gran escenario, videos con momentos estelares suyos y con los que fueron sus compañeros, en medio de una apoteosis pirotécnica mezclada con llamaradas, fuegos artificiales y lasers, como nunca se habían visto en una sala cerrada.

Paul estuvo muy simpático y muy hablador, incluso chapurreó en español: “Hola España”, “Buenas noches Madrid” “Qué pasa, chulapos”, “Estoy muy contento de estar aquí de nuevo”,  Esta es la primera canción que grabamos Los Beatles” (In Spite of All the Danger), ”Esta canción se la dedico a mi hermano George” (Harrison, Something), “Escribí está canción para mi hermosa esposa Nancy, que está esta noche aquí con nosotros” (My Valentine); “Here Today” canción dedicada a su añorado amigo John Lennon, “Mi amigo Juan”, dijo, y que generó uno de los momentos más emotivos y ovacionados de la noche. Seguidamente, Paul cantó “Now and Then, la canción inédita de los Beatles lanzada en 2023 a partir de viejas grabaciones en las que la voz de Lennon fue limpiada usando inteligencia artificial.


A Paul se le nota que disfruta encima del escenario. Además de algunos estribillos nos hizo cantar el ‘oé, oé, oé, oé’... agradeciendo los inacabables aplausos Un momento especialmente simpático fue cuando se quitó la chaqueta desatando unos vítores que le hicieron sonreír con cierta timidez, como si no fuera la misma persona que hace seis décadas provocaba alaridos y desmayos a su paso.  

Tras un bis, Paul nos dejó una promesa que ojalá pueda cumplir: ¡Hasta la próxima! dijo, dando por finalizado el concierto.

Posiblemente este concierto haya sido su último regalo a los fans españoles. Como tal lo aceptamos y si procede emocionarse con nostalgia, que sea de la mano del más grande.  

PEPE MACHADO

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Paul McCartney celebró en Madrid el legado de los Beatles en un concierto gigante con aroma a despedida

A sus 82 años, Paul McCartney ha ofrecido un concierto fantástico de más de dos horas y media en el que ha celebrado unas canciones que son ya patrimonio de la humanidad. 

Dentro de 100 años los niños cantarán las canciones de los Beatles. Ese es el legado que soporta sobre sus hombros de 82 años Paul McCartney. Es un legado que él comparte con alegría, como ha hecho en estas dos noches en el WiZink Center de Madrid, pero que custodia con respeto. Durante un espectáculo de producción sensacional (sonido rico en matices, ecualización perfecta, pantallas grandes y nítidas y despliegue de luces propio de un concierto de estadio), el afable músico de Liverpool apenas ha modificado las canciones con respecto a sus grabaciones originales: son más patrimonio de la humanidad que muchas catedrales, así que las ha ofrecido tal como las llevamos todos tatuadas bajo la piel, porque ya le pertenecen más a la gente que a él, y eso es algo que comprendió y aceptó hace mucho tiempo.

Las canciones de los Beatles han sido la columna vertebral del larguísimo repertorio del concierto, que se ha extendido durante dos horas y media y que ha condensado la versátil capacidad compositiva de este, él sí, genio, prodigio, leyenda, mito... Junto a un grupo de formato clásico con base rítmica, dos guitarras y teclados, ha alternado bajo, piano y guitarras para interpretar 23 clásicos de los Beatles, desde el comienzo con una potente y briosa Can't Buy Me Love en un tempo rápido, un recurso que ha repetido en bastantes canciones durante la noche.



El concierto no ha sido perfecto, pero ha sido fabuloso, cantado de principio a fin por el público y con momentos portentosos como la secuencia de cuatro canciones anterior al bis. Ha sido empezar Get Back y el ambiente literalmente se ha transformado con la tensión de la canción. Él cantaba el estribillo tajante y la gente lo gritaba, rebotaba contra el techo mientras el ritmo resonaba como una locomotora con los motores de un Boeing 777. 

Get Back es una canción para acabar conciertos, una sacudida emocional, pero el concierto ha continuado con Let It Be, ahora con McCartney sentado frente a uno de sus dos pianos, y ese ha sido el momento de la verdad, lo que las 15.600 personas que llenaban el recinto habían venido a escuchar, justo esto con esta voz, esta melodía que produce un escalofrío masivo, y es más emocionante aún cuando se encamina al tercer estribillo porque sabes que se acaba, el momento se va a escapar y la brizna de magia desaparecerá y pronto estaremos de vuelta en casa. Pero, por un momento, el público ha vivido suspendido en ese maravilloso tiempo.  



Hubo algunos momentos de rock duro durante el concierto que alcanzaron su clímax con Live and Let Die, que se ha desencadenado entre una mansalva de llamaradas, pirotecnia y rayos láser. Y, tras el estruendo, una hermosa nana que se termina alborotando en un éxtasis colectivo: Hey Jude ha sido probablemente la canción más larga del show, la gente habría estado cantando el "na-na-na" del estribillo hasta caer rendida, habría vivido vaciando sus pulmones una y otra vez con la sonrisa en la cara. Esta canción compuesta para el hijo de John Lennon es una celebración del amor, y ése fue el mensaje de todo el espectáculo porque ése ha sido el tema principal de sus letras, el amor en todas sus formas y como solución a todos los problemas.

Antes de empezar el bis ha reaparecido ondeando una bandera de España, un guiño que hace en cada país, junto a otra de Reino Unido y la arcoíris. 

La voz de McCartney ha sido todo lo buena que puede ser la voz de un hombre de su edad. Ha sufrido en las canciones más exigentes, en más de una ocasión se ha quedado lejos de lo que la melodía pedía (para maquillarlo, a menudo le doblaban voces los miembros del grupo en los estribillos), y tras más de dos horas de concierto sobre esos hombros de 82 años, se ha quebrado al empezar el bis con I've Got a Feeling. ¿Por qué querría atacar una canción tan complicada de cantar? Lo hemos sabido al minuto cuando John Lennon ha aparecido en las pantallas cantando una estrofa, extraída de la grabación en la azotea de Apple, en 1969. La idea de un dueto virtual podría haberse traducido en un recurso artificial que diera grima, pero ha funcionado estupendamente. Tras un olvidable reprise de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, otro momentazo del concierto ha sido la interpretación densa y oscura de Helter Skelter, rock grave con la solidez de un metal de alta masa atómica que se balanceaba sobre las cabecitas como una impenetrable bola de demolición. 


El final del concierto ha ido de menos a más intensidad con las tres últimas canciones de Abbey Road, encadenadas en una gran epopeya sonora por todos los estilos de la noche y culminadas en The End: el final de todos los finales. Ha sido hermoso, aunque no estén entre sus mejores canciones. Si algo ha sido emotivo en esa conclusión ha sido la despedida con un "Hasta la próxima" que ha sonado a optimismo y esperanza, dos sentimientos que definen a este hombre que siempre prefirió la candidez al cinismo.

Este lunes y martes en Madrid han sido dos de los últimos conciertos de una gran gira mundial que se ha extendido de manera intermitente durante dos años y medio y que se presume como la última de su carrera.

Las 31.200 entradas de ambos shows se agotaron de un plumazo. Era el momento propicio, cuando la nostalgia define nuestro tiempo como un ataque de ansiedad universal. La nostalgia proporciona un refugio en momentos de incertidumbre y falta de seguridad, por eso ahora hay tanta gente escuchando tanta música del pasado, viejas canciones que quizás sean un recuerdo o un descubrimiento pero que transmiten una sensación de protección: los Beatles ahí son un valor más seguro que un lingote de oro.

La primera parte del concierto ha sido un poco irregular, con un predominio de canciones de los Wings y algunos momentos de sonido setentero de rock sin roll cercano al AOR. Los estereotipos rockistas para mover la cabeza adelante y atrás, con la sección de vientos tan impetuosa como intrascendente, han alcanzado su peor representación en Jet y en Come On to Me, una de las tres canciones de este siglo que han sonado esta noche, alargada de manera unánime. 


Paul McCartney con su esposa Nancy Shevell.

Entre las canciones nuevas ha funcionado mucho mejor My Valentine, la balada dedicada a su actual mujer, Nancy Shevell, llena de giros sorprendentes y con una melodía increíble. Bastante bien en ese tramo Let Me Roll It, un blues camuflado, de tono lento y seco, enlazado con una coda instrumental de Foxy Lady, que ha dedicado a Jimi Hendrix. Y estupendos, por supuesto, algunos clásicos en interpretaciones cortas, ágiles y frescas como Drive My Car y Got to Get You Into My Life (bien la sección de vientos aquí), una muy alegre Getting Better (perfectas las armonías vocales) y Nineteen Hundred and Eighty-Five, en la que ha estado ágil al piano, mientras las guitarras eléctricas aportaban, ahora sí, una fogosidad bien entendida.

Siendo uno de los compositores vivos de pop más importantes del mundo, si no el que más, es casi normal que se hayan echado de menos muchos clásicos, incluso aunque el repertorio llegara a 37 canciones. La ausencia más llamativa ha sido probablemente Yesterday, pero también Eleonor Rigby, Penny Lane o Here There And Everywhere. Sentado al piano, ha preferido recuperar Lady Madonna subrayando su aire de music hall por encima de la combinación de acordes de rock & roll, ha dedicado Something a George Harrison con un arreglo alambicado (de canción de fogata en el bosque con ukelele ha evolucionado a gran balada de rock) y ha concedido un Ob-La-Di, Ob-La-Da verbenero al karaoke colectivo.

Justo en medio del concierto ha habido un tramo sensacional de interpretaciones acústicas, con los músicos más juntos en el centro del escenario, arropados por una imagen de una casa de campo en la pantalla trasera. Estas canciones hogareñas de patio trasero han comenzado con la preciosa I've Just Seen a Face, rapidita, y una versión pastoral y entrañable de Love Me Do.

En una plataforma que se ha elevado en el centro del escenario, McCartney ha interpretado él solo con una guitarra acústica y su voz ya anciana Blackbird y Here Today' (dedicada a John Lennon), mientras se proyectaba sobre todo el escenario un cielo nocturno repleto de estrellas. Este momento de intimidad radical, sin nada que lo arropara o que camuflara sus carencias, en esa soledad desprotegida ha sido Paul McCartney más gigante que nunca, más real y hermoso.

Dentro de 100 años los niños seguirán cantando sus canciones.

Por Pablo Gil en el diario El Mundo. Felicitaciones por tan excelente trabajo.